Es pasada la media noche y aquí estoy,
muriendo de sueño, pero con a necesidad de decir tantas cosas. Cosas que
siento, pero que no entiendo. Me cuesta entender cómo puedo ‘caer’ tan fácil en
las trampas, ¡siempre! Cómo es posible que sienta estas cosas tan bonitas con
sólo un “hola”. Lo peor es que no sabemos quienes somos. Trato de imaginarte y
me embobo y empiezo a reír como un
estúpido y no me puedo detener. Cuando ya pasa un tiempo me calmo y me asusto.
Entro en pánico. ¿Cómo es posible que esa idea imaginaria de conocerte y de que
seas como te pienso me haga sentir todo esto? ¿Qué me pasaría si de verdad te
encontrara? Probablemente no aguante esos segundos sin ti, y después de algún
mínimo momento de indiferencia seguramente muera.
Es extraño, pero te aviso –a ti, imaginario amor– que soy muy fuerte y
que, además, tengo varios escudos, pero hay momentos, como aquellos en que te
imagino a mi lado, en que hasta la coraza más dura se hace mil pedacitos y
quedo tan expuesto a tus ataques que estoy seguro que cuando te decidas no
tendré fuerzas para decirte que no.