Llego al parque, me recuesto en el colchón verde que suavemente me reconforta, el sol me cobija y regalonea con unos rayos tímidos que se filtran entre las ramas de un árbol hipnotizador, la brisa me refresca y susurra cosas mágicas al oído.
Cierro los ojos para disfrutar de todo el amor que la naturaleza me entrega. Reemplazo el ruido de la ciudad por la música que a través de los audífonos me transporta a otros lugares con sus melodías contagiosas y llenas de recuerdos.
Respiro profundo. Me pierdo. Me dejo atrapar por este momento. Exhalo un suspiro de emociones.
Abro los ojos y a través de esas hojas que siguen queriendo hipnotizarme veo como las nubes bailan al ritmo de la música; forman infinitas formas e interpretan, con su danza, cada escena de lo que me dicen las canciones que oigo.
Disfruto de aquel espectáculo, del sol, el viento, el pasto, las hojas, los árboles y de todo lo que hace de este un momento único y especial, un regalo que recibo feliz y que no quiero dejar de disfrutar.
