II
Pasaron un par de días y seguíamos
comunicándonos por mensajes de texto. Yo quería que nos juntáramos otra vez,
pero no me atrevía a decírselo.
Entre mensaje y mensaje se me escapó un
“quiero verte”.
Lo escribí sin pensar y me sentí
avergonzado. Creí que provocaría un rechazo inmediato en cuanto lo leyera, pero
mi sorpresa fue tal cuando el teléfono vibró y apareció un globo con un mensaje
que decía – yo también. ¿Puedes hoy después del trabajo?-
-Si. ¿Nos juntamos en el mismo lugar?-
respondí.
-Mmmm… ¿me vendrías a buscar?- me
preguntó, pero antes de que pudiera escribir continuó –nos juntamos afuera de
mi pega-
-Ok- dije con indiferencia ocultando mi
emoción –pero no sé donde trabajas- le envié riendo.
Después de responderme con unas risas me
envió os datos y coordinamos todo para juntarnos.
Estuve nervioso y ansioso toda la tarde.
No quería demostrar lo que sentía, porque
hasta a mi me incomodaba. Todo se arruinaría si se me escapara una palabra o
frase inadecuada. Si pensándolo bien sería recién la segunda vez que nos
veríamos, aunque algo me hacía pensar que llevábamos demasiado tiempo
conociéndonos.
Al igual que la vez anterior llegué un
poco antes. No sabía si esos minutos de espera ayudaban a calmarme o
simplemente complicaban todo poniéndome más nervioso.
Pasaron unos quince minutos y veo que
camina hacia mi. Recuerdo sus zapatitos café y su gran sonrisa.
Me abrazó igual o más fuerte que las
veces anteriores.
Yo no podía disimular la felicidad, por
más que lo intentaba.
-¿Llevas mucho tiempo esperando?-
-No, llegué recién- mentí.
Conversamos un poco de nuestros días de
trabajo y me comentó que el fin de semana tendría que viajar por un trabajo y
que le faltaban algunos materiales para realizarlos, así que armamos panorama:
ir de compras.
Fuimos al mall y le ayudé con sus
compras. Eran pocas cosas, así que todo fue rápido. Nos reímos mucho y me
enseñó algunos tips de compras express y datos de cosas que creo jamás
compraré, pero que de verdad eran útiles así que agradecí cada uno de sus
consejos.
Después de eso recorrimos las tiendas en
búsqueda de zapatillas, pero después de ver varias decidió por no comprar
porque nada le convencía del todo.
Después de aquella rápida visita al mall,
caminamos con destino a alguna estación de metro para ir a nuestras casas.
En el camino me conversaba de lo que
tendría que hacer el fin de semana y de su viaje. Estaba feliz porque tendría
un ingreso extra y porque lo que tendría que hacer de verdad le gustaba.
Íbamos de lo mejor conversando cuando
repentinamente se detiene en una librería antigua y al parecer se hipnotiza con
croquis de colores. Yo estaba incluso más embobado con tantos cuadernos y
lápices bonitos que habían. Quise comentar lo mucho que me gustan los artículos
de librería, pero tuve miedo de sonar patético, como esas personas que inventan
tener cosas en común. Compró un croquis y nos fuimos.
Seguimos caminando y conversando de todo.
Quería decirle tantas cosas, pero no me atreví a nada. Quería decirle, por
ejemplo, lo mucho que me gustaba como le quedaban esos zapatos en punta y que
me llamó la atención la forma en que los ataba, o que cuando me abrazó el aroma
de su perfume calmó mis nervios y me hizo sentir mas relajado, que me gustaba
su pelo despeinado y la forma en como sus manos coqueteaban de forma espontánea
mientras hablaba.
Terminamos en un café, de esos de la
sirena que hay cada dos cuadras. Pidió algo caliente y yo un té helado.
Seguimos conversando y me enteré que le
encanta comer camarones, mientras que yo no les encuentro ninguna gracia, porque
siento que tienen sabor a nada. En cuánto expliqué mi argumento, me interrumpió
riendo.
-Es que tienes que saber prepararlos. Le
das el sabor de los acompañamientos si los quieres de plato principal o los
transformas en el acompañamiento perfecto.
Solo respondí con una sonrisa.
-¿Me acompañarías a hacer unas compras al
super?- me preguntó con inseguridad.
-Si, no hay problema- le dije.
Fuimos al supermercado y su gran compra
eran nuggets de pollo. Los ama –incluso más que yo-. También compró pan y
queso. Fue una compra rápida.
Estábamos cerca de nuestras casas así que
nos fuimos en taxi de regreso. En el camino me pasó lo más mágico que he vivido
en mi vida. Tal vez puede sonar absurdo y extraño, pero para mi fue algo tan
maravilloso que hizo que mi corazón se acelerara bombeando más sangre a cada
rincón de mi cuerpo, sangre cargada con una mezcla de endorfinas, serotonina y
dopamina.
Toda es felicidad fue causada por algo
tan pequeño, pero que para mi fue el gesto más grande de la vida en ese
momento. Ibámos en el taxi. El conductor no hablaba y llevaba su ventana
abierta. Nosotros en un silencio un poco incómodo, así que opté por mirar por
mi ventana y esperar a llegar, pero de la nada toma mi mano. Cruzamos las
miradas y entrelazó sus dedos en los míos, sonrío y sin decir nada siguió
mirando el camino. Yo estaba a punto de morir.Fue la primer vez que alguien me
demostraba cariño de esa forma.
Nos bajamos afuera de su casa. Estando en
la puerta me empecé a despedir cuando me interrumpió con una pregunta. ¿Quieres
pasar a comer algo? No alcancé a responder cuando siguió –Puedo cocinar
sándwich de pollo y queso- creo que algo así fue l que dijo, porque la verdad
seguía pensando en el camino en taxi y queriendo sentir su mano en la mía otra
vez. Un movimiento afirmativo fue lo único que atiné a hacer, porque aún no
lograba decir una palabra.