febrero 18, 2015

...Cuento...

II

Pasaron un par de días y seguíamos comunicándonos por mensajes de texto. Yo quería que nos juntáramos otra vez, pero no me atrevía a decírselo.

Entre mensaje y mensaje se me escapó un “quiero verte”.

Lo escribí sin pensar y me sentí avergonzado. Creí que provocaría un rechazo inmediato en cuanto lo leyera, pero mi sorpresa fue tal cuando el teléfono vibró y apareció un globo con un mensaje que decía – yo también. ¿Puedes hoy después del trabajo?-
-Si. ¿Nos juntamos en el mismo lugar?- respondí.
-Mmmm… ¿me vendrías a buscar?- me preguntó, pero antes de que pudiera escribir continuó –nos juntamos afuera de mi pega-
-Ok- dije con indiferencia ocultando mi emoción –pero no sé donde trabajas- le envié riendo.

Después de responderme con unas risas me envió os datos y coordinamos todo para juntarnos.
Estuve nervioso y ansioso toda la tarde.

No quería demostrar lo que sentía, porque hasta a mi me incomodaba. Todo se arruinaría si se me escapara una palabra o frase inadecuada. Si pensándolo bien sería recién la segunda vez que nos veríamos, aunque algo me hacía pensar que llevábamos demasiado tiempo conociéndonos.

Al igual que la vez anterior llegué un poco antes. No sabía si esos minutos de espera ayudaban a calmarme o simplemente complicaban todo poniéndome más nervioso.

Pasaron unos quince minutos y veo que camina hacia mi. Recuerdo sus zapatitos café y su gran sonrisa.

Me abrazó igual o más fuerte que las veces anteriores.
Yo no podía disimular la felicidad, por más que lo intentaba.
-¿Llevas mucho tiempo esperando?-
-No, llegué recién- mentí.

Conversamos un poco de nuestros días de trabajo y me comentó que el fin de semana tendría que viajar por un trabajo y que le faltaban algunos materiales para realizarlos, así que armamos panorama: ir de compras.

Fuimos al mall y le ayudé con sus compras. Eran pocas cosas, así que todo fue rápido. Nos reímos mucho y me enseñó algunos tips de compras express y datos de cosas que creo jamás compraré, pero que de verdad eran útiles así que agradecí cada uno de sus consejos.

Después de eso recorrimos las tiendas en búsqueda de zapatillas, pero después de ver varias decidió por no comprar porque nada le convencía del todo.

Después de aquella rápida visita al mall, caminamos con destino a alguna estación de metro para ir a nuestras casas.

En el camino me conversaba de lo que tendría que hacer el fin de semana y de su viaje. Estaba feliz porque tendría un ingreso extra y porque lo que tendría que hacer de verdad le gustaba.

Íbamos de lo mejor conversando cuando repentinamente se detiene en una librería antigua y al parecer se hipnotiza con croquis de colores. Yo estaba incluso más embobado con tantos cuadernos y lápices bonitos que habían. Quise comentar lo mucho que me gustan los artículos de librería, pero tuve miedo de sonar patético, como esas personas que inventan tener cosas en común. Compró un croquis y nos fuimos.

Seguimos caminando y conversando de todo. Quería decirle tantas cosas, pero no me atreví a nada. Quería decirle, por ejemplo, lo mucho que me gustaba como le quedaban esos zapatos en punta y que me llamó la atención la forma en que los ataba, o que cuando me abrazó el aroma de su perfume calmó mis nervios y me hizo sentir mas relajado, que me gustaba su pelo despeinado y la forma en como sus manos coqueteaban de forma espontánea mientras hablaba.

Terminamos en un café, de esos de la sirena que hay cada dos cuadras. Pidió algo caliente y yo un té helado.

Seguimos conversando y me enteré que le encanta comer camarones, mientras que yo no les encuentro ninguna gracia, porque siento que tienen sabor a nada. En cuánto expliqué mi argumento, me interrumpió riendo.

-Es que tienes que saber prepararlos. Le das el sabor de los acompañamientos si los quieres de plato principal o los transformas en el acompañamiento perfecto.
Solo respondí con una sonrisa.

-¿Me acompañarías a hacer unas compras al super?- me preguntó con inseguridad.
-Si, no hay problema- le dije.

Fuimos al supermercado y su gran compra eran nuggets de pollo. Los ama –incluso más que yo-. También compró pan y queso. Fue una compra rápida.

Estábamos cerca de nuestras casas así que nos fuimos en taxi de regreso. En el camino me pasó lo más mágico que he vivido en mi vida. Tal vez puede sonar absurdo y extraño, pero para mi fue algo tan maravilloso que hizo que mi corazón se acelerara bombeando más sangre a cada rincón de mi cuerpo, sangre cargada con una mezcla de endorfinas, serotonina y dopamina.

Toda es felicidad fue causada por algo tan pequeño, pero que para mi fue el gesto más grande de la vida en ese momento. Ibámos en el taxi. El conductor no hablaba y llevaba su ventana abierta. Nosotros en un silencio un poco incómodo, así que opté por mirar por mi ventana y esperar a llegar, pero de la nada toma mi mano. Cruzamos las miradas y entrelazó sus dedos en los míos, sonrío y sin decir nada siguió mirando el camino. Yo estaba a punto de morir.Fue la primer vez que alguien me demostraba cariño de esa forma.


Nos bajamos afuera de su casa. Estando en la puerta me empecé a despedir cuando me interrumpió con una pregunta. ¿Quieres pasar a comer algo? No alcancé a responder cuando siguió –Puedo cocinar sándwich de pollo y queso- creo que algo así fue l que dijo, porque la verdad seguía pensando en el camino en taxi y queriendo sentir su mano en la mía otra vez. Un movimiento afirmativo fue lo único que atiné a hacer, porque aún no lograba decir una palabra.

febrero 03, 2015

Cuento...

I

Mientras vagábamos por internet nos conocimos. Hablamos mucho aquella noche. La mayor parte de nuestra conversación fueron temas sin sentido, pero que nos atraparon y entretuvieron por horas.
Al día siguiente seguimos conversado a través de mensajes de texto y entre broma y broma salió por ahí un “juntémonos” y de la nada ya teníamos planes para después del trabajo.

Acordamos encontrarnos en un teatro del centro, pero no para ir a ver alguna obra, sino que porque es un buen punto de referencia.

Llegué un poco antes, y cuando se cumplió la hora en la que habíamos acordado juntarnos y los minutos empezaron a pasar, pensé que sería un plantón y mi emoción empezó a decaer y comencé a sentirme triste hasta que una vibración en el bolsillo me quitó la respiración. Era un mensaje, un mensaje que iniciaba con un “lo siento”; solo leí ese par de palabras y me sentí fatal porque en mi cabeza se instaló de inmediato “no vendrá”. Continué leyendo y el ritmo de mi respiración se normalizó.

-Lo siento, salí un poco tarde del trabajo y el metro está colapsado. Espérame que ya voy llegando.

No alcancé a leer el punto final cuando ya estaba riendo nerviosamente otra vez. No sabía por qué me sentía de esa forma, porque ni siquiera nos conocíamos, habíamos hablado por menos de 24 horas, pero existía algo en sus palabras, tal vez, que me provocaba esa mezcla extraña de sensaciones.

Pasaron unos 15 minutos y llegó. Recuerdo que lo primero que vi fue su sonrisa. Grande y contagiosa, aunque reflejaba algo de nerviosismo. Me sorprendió con su saludo. Un abrazo tan estrecho y que me hizo sentir especial.

Nos miramos. Sonreímos.

-¿Dónde vamos?- dijo.
-¿No sé?- respondo.
-¿Te parece si caminamos?- contrapreguntó.

Respondí con un gesto afirmativo y riéndome nerviosamente aún.

Caminamos sin rumbo y sin darnos cuenta del entorno. Conversábamos de la vida. Nuestros gustos, el trabajo, la música y la familia.

Luego de un rato de caminata nos detuvimos y me hizo mirar una casa que le gustó. Su arquitectura le llamaba la atención y habían unas gárgolas en las alturas de la construcción que me embobaron y le dije que me gustaron mucho –a mi también me gustan. Siempre las miro y me atrapan- respondió.
Al rato yo ya no sabía dónde estábamos. Pasábamos por un callejón y encontramos un café de barrio.

-¿Quieres comer algo?
-Mmm… la verdad es que no, pero si me tomaría un jugo- le respondí.
-Yo tengo hambre- dijo entre risas.

Entramos y nos sentamos en una mesa para dos. Habían dos mesas más ocupadas, una con una pareja y la otra con dos señoras y sus hijos.

-Me da un chocolate caliente y un trozo de pie- le pidió al garzón.
La gula me ganó y pedí un chessecake de frambuesa y una limonada. –La limonada sin azúcar ni endulzante, solo limón. Puro limón- recalqué al garzón. Con eso le robé una sonrisa.
–Eres entretenido- me dijo.

Solo sonreí. Se empezó a reír.
-¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Por qué te ríes?- le pregunté nervioso.
-Por nada, solo que te ruborizaste y me dio risa- respondió.

No se si lo dijo porque de verdad pasaba o lo inventó para provocarme, pero como sea lo consiguió, porque comencé a sentir como aumentaba la temperatura en mis mejillas.

Llegó nuestro pedido y comenzamos a hablar de los gustos en la comida. Le hablé de lo mucho que me gusta el limón y me contó de su obsesión con el chocolate caliente. No sé como pero de la comida cambiamos de tema y terminamos hablando de lo mal decorado del lugar y de la mala distribución de las mesas y el espacio, pero de lo rico que estaba todo.

Cuando salimos por fin me conecté con el lugar dónde estábamos.
-Vivo relativamente cerca de aquí- le comenté.
-Yo también- respondió.

Decidimos seguir caminando hasta nuestras casas.

Nuestra conversación en ese último trayecto fue sobre literatura. Creo que no paré de hablar por mucho rato, porque comentó que le gustaba mucho un libro, que resultó ser el mío favorito de la vida y eso gatilló un discurso analítico de cada capítulo.

Llegamos a su casa que estaba dos cuadras antes que la mía. Nos despedimos y me volvió a abrazar como cuando nos saludamos. Me hizo sentir tan bien que no quería que me soltara, pero solo fue un abrazo y de seguro que duró un par de segundos, pero para mi fueron más, porque mientras caminaba seguía sintiendo su aroma, su calor y su energía.


Cuando llegué a casa le envié un mensaje contándole que estaba bien, tal como me lo pidió. Le di las buenas noches y soñé con encontrarnos otra vez.