Aún recuerdo la primera vez que la vi. Fue un flechazo
directo al corazón. Recuerdo perfectamente su aroma, una fragancia que mezclaba
la esencia de algunas flores y el dejo suave de la brisa que acompañaba al día
maravilloso en el que nos conocimos, esa brisa refrescante que peinaba nuestros
cabellos a su antojo y permitía a las palmeras saludar a todo aquel que se
cruzaba en su camino. El sol, radiante y lleno de energía, fue el testigo de
cómo mis pupilas se dilataron y mi corazón empezó a agitarse como si corriera
un maratón.
El día avanzaba y mi amor aumentaba. Nada podría quitar la
sonrisa de mi rostro ni el brillo de mis ojos. Todo ese día fue perfecto y no
hubo mala cara que borrara el gesto de felicidad que permanecía estampado en mi
rostro.
Todo fue mágico y lo que más me atrajo fue sentir que todas
esas emociones que recorrían mi cuerpo no eran casualidad ni mucho menos algo
pasajero, sino que todo lo contrario, es como si tenía que estar ahí y para
siempre y lo sigo sintiendo, sé que ese es mi lugar y que debo estar ahí para
siempre.
Me enamoré de la ciudad de mis sueños y L.A. te advierto que
volveré para quedarme porque tienes algo que me pertenece y que estoy dispuesto
a recuperar: mi vida.

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