A pocas horas de terminar mi primer cuarto de siglo de vida
he hecho una pequeña introspección de lo que han significado para mí estos
veinticinco años de vida.
Mi infancia solo cabe en una categoría: maravillosa. Fui un
niño muy querido, regalón de todo el mundo. Tuve siempre de todo y un gran
terreno en la casa para jugar. Nos criamos en familia, a un lado de mi casa
estaba mi tío que nos sacaba a pasear y malcriaba, sobre todo a uno de mis
hermanos que fue siempre su regalón, y por el otro lado de mi casa estaba la de
mi tía, donde creo pasé la mayor parte de aquella etapa. Jugábamos con mi primo
todo el día, todos los días. Con mis primas también a medida que fueron
creciendo, pero yo siempre fui (y sigo siendo) muy unido a la familia de mi
tía, como un hijo más al que aún llevan de paseo en sus vacaciones y al que
aconsejan cada vez que lo necesito. Con mi nonna pasé gran parte de mi infancia también. Me
quedaba a dormir en su casa para acompañarla a vender en su negocio, donde me
entretenía todo el día creyéndome adulto al estar tras el mesón vendiendo y
dando vueltos y boletas.
Mi adolescencia es el polo opuesto a todo lo hermoso de mi
infancia. En el colegio siempre fui un buen alumno y nunca tuve quejas de mi
comportamiento, exceptuando aquellas por ser muy conversador. Demostré siempre
ser una persona feliz y lograba siempre imponerme contra el resto (de forma
positiva, claro), pero la verdad es que sufrí bastante. Desde séptimo básico a
cuarto medio fui víctima constante de acoso verbal por parte alumnos de mi
curso, otros cursos del mismo nivel y de niveles superiores. Era cosa de que me
vieran en cualquier parte para que me gritaran cosas. Nunca los enfrenté, pero
siempre demostré indiferencia, para que creyeran que no me afectaba y algo
resultó, porque con el pasar del tiempo el acoso disminuyó, pero siempre estuvo
presente. Por muy fuerte que quisiera parecer todo acababa en mi casa, donde
siempre oculté también mi dolor y me encerraba en el baño a llorar casi todos los
días, para que nadie me viera y para ocultar lo dañado que me sentía.
Gracias a dios todo cambió cuando entré a la universidad.
Otra ciudad, otras personas y más madurez. La felicidad llegaba otra vez. He
disfrutado mucho de mi juventud y aprendí mucho también en esta etapa, porque
he vivido demasiadas cosas buenas, no tan buenas y malas, pero de todas he
aprendido y me han hecho crecer y ser mejor. Aprendí a valorar la amistad y la
vida. Ahora trato de vivir cada día como si fuera el último dejando a un lado
las preocupaciones. Dejo atrás todo lo malo y veo lo bueno. Descubrí que no
sacamos nada con ver las cosas malas y vivir pensando siempre en ellas; no es
malo olvidarlas, porque de ellas aprendemos, pero debemos agradecer por
aquellas positivas y tratar de construir un camino que también nos lleve a
seguir con más eventos positivos que negativos.
Si hoy estoy escribiendo esto es gracias a mi familia,
porque ellos han sido el apoyo que he necesitado en momentos difíciles y son
los que me dan fuerza para vivir a concho cada día. Mis padres con su amor
incondicional que a pesar de todo lo que me ha pasado siempre están ahí para
brindarme ayuda y apoyarme en todo. Mis hermanos, no puedo englobar a los dos
en lo mismo, porque con cada uno hay una relación diferente; con Luciano, el
mayor, es algo extraño, porque si bien somos como agua y aceite destaco lo
mucho que ha progresado la relación en el tiempo y que hoy podamos contar el
uno con el otro, sobre todo en momentos difíciles. Con Giovanni, en cambio,
siempre hemos tenido una relación estrecha, de amigos y confidentes. Él fue quien
me ayudó, sin saberlo, en mi etapa más dura en el colegio. Siempre me dio consejos
y me apoyó en todo y con sus palabras me motivó a diario sin si quiera darse cuenta
de lo mucho que me ayudaba. Hoy es mi gran amigo, sé que en él puedo confiar y
que siempre estará ahí, así como yo siempre estaré para cuando él me necesite.
Un punto a parte es mi nonna, porque ella siempre ha sido mi
pilar en todo, es la que siempre me apoya y sube el ánimo cuando ando mal. Es
mi cable a tierra que me aterriza cuando ando en las nubes. Con ella aprendí
muchas cosas de la vida, aprendí a ser mejor persona y a valorar cada
oportunidad. Mi nonna es un ejemplo de vida y una persona que admiro, porque
enviudó muy joven, con tres hijos pequeños y sin saber nada. Nada. Supo superar
toda la adversidad, aprendió cosas que nunca se imaginó lograría saber y sacó a
adelante a su familia. Si hoy somos lo que somos, es en gran parte, gracias a
ella.
Lo que hoy puedo decir es que llevo una vida plena, ¿he
sufrido? Si, pero también he disfrutado mucho. Hay muchos momentos felices que
los tristes nunca podrán opacar y espero que todo siga igual y mejor. La verdad
es que no lo espero, porque sé que así será, total mi vida es eso, es mía, y
depende de lo que yo quiera para que sea siempre a mi pinta. No dejaré que
nadie la coloree por mi; seré yo quien tenga el pincel y la pintaré con los
colores que más me gustan. =)
