junio 25, 2015

Soy yo...

Hola!

Hoy quiero contarles algo que realmente creo que está demás, porque no aporta ni quita a mi persona, pero lo hago porque mi terapeuta me recomendó hacerlo para cerrar un etapa y sentirme más ‘cómodo’ internamente.

Es difícil, y no voy a negar que estoy muy dudoso de continuar con esto, pero si lo estoy haciendo es porque creo que en algo me ayudará.

Para contarles lo que tengo que contar, voy a partir con algo de mi pasado, fases de mi vida que desencadenan el conflicto que me llevó a una terapia y por la cuál ahora estoy mucho mejor, pero un poco obligado a hacer esto para, como ya dije, cerrar etapas y seguir con la vida.

Me referiré a mi etapa escolar. Estudié toda la enseñanza prebásica, básica y media en un colegio católico. Para mí fue un muy buen colegio; se encargaron de reforzar valores que me inculcaron en casa y de enseñarme tantos más, también recibí una muy buena preparación académica y adquirí los conocimientos necesarios para enfrentar de la forma más adecuada una carrera profesional en la universidad. 

En el colegio también conocí a grandes personas con los que seguimos siendo amigos. También aprendí mucho de la vida gracias a la confianza y cercanía que los profesores y profesoras siempre generaron con nosotros los, entonces, alumnos.

A pesar de todo lo positivo y de lo muy agradecido que estoy del que fue mi colegio, le reprocho una cosa: la falta de acción contra el bullying.

Si bien, lo pasé bien en el colegio y tuve siempre grupos de amigos maravillosos, fui víctima de bullying desde muy pequeño, pero creo que la verdad me empezó a afectar desde el año 2001, cuando cumplí los 13. 

Ese año para mi fue muy duro. Me sentí solo. Aquel año en el colegio determinaron mezclar a los alumnos de los 4 cursos de la misma generación. Tuve la mala suerte de que mi mejor amigo, al que quería como un hermano, quedó en una sección diferente a la mía. Las primeras semanas de clases tratamos de seguir juntándonos en los recreos y después del colegio, pero con el pasar de los días él hizo nuevos amigos en su nuevo curso, cuando yo no pude, porque en el curso en el que estaba la mayoría de los niños eran los que me molestaban. Empecé a quedarme solo y tuve que integrarme a un grupo en el que solo habían niñas. Empecé a generar lazos de amistad muy fuertes con ellas, mientras soportaba las burlas de los hombres de la clase.

Mi mamá no entendía y siempre me reprochaba. Me decía que tenía que también tener amigos, pero ella no sabía que no podía siquiera saludar a alguno de mis compañeros sin recibir alguna burla. Yo le decía a mamá que no tenía temas en común con los niños y que, por lo menos, con mis amigas podía hablar de libros y películas; eso nunca la convenció, pero tampoco podía hacer nada para que dejara el nuevo grupo al que pertenecía.

Al año siguiente las burlas hacia mi eran generalizadas y ya no solo eran mis compañeros, porque incluso los de las otras secciones lo hacían, ahora también me apuntaban personas que ni sabía quienes eran, ya que eran de cursos mayores.

Yo trataba de demostrar que nada me afectaba, me hacía el fuerte e indiferente a todo lo que me decían, pero la verdad es que cuando llegaba a casa me desahogaba escribiendo y perdiéndome en mi soledad.

Un día me enfermé y no fui al colegio y recuerdo que cuando llegué al día siguiente las burlas habían disminuido, pero todos hablaban y susurraban a mis espaldas. Mis amigas me contaron que el día que había faltado, la profesora jefe del curso había hecho una sesión para averiguar qué estaba pasando, por qué todos me molestaban y nadie tenía argumentos, solo lo hacían por hacer daño. Mis amigas me defendieron y dijeron que tenían que parar porque ellas veían como eso me hacía daño. Eso me llamó mucho la atención, porque yo creía que lo ocultaba muy bien.

Después de ese episodio y que fue la única vez que el colegio – a través de la profesora – hizo algo, la vida siguió. Durante la enseñanza media las burlas no fueron tan recurrentes, pero seguían ahí. Yo veía como era objetivo de miradas y opiniones que no son las mejores para nadie. Pero la verdad es que a esa altura ya no me importaba tanto, me sentía protegido por mis amigas y por mi hermano mayor que alcanzó a estar un año compartiendo el mismo patio (yo en primero y él en cuarto medio) (primer y último año), así que nadie me decía nada, pero si me tocó ver que de repente personas de la generación de mi hermano hicieran algún comentario que a él lo ofendió, y eso no me gustaba; por lo mismo reforcé mi coraza y ya nada me importaba. Demostraba seguridad e indiferencia.

Esa estrategia funcionó a medias, porque logré que las burlas disminuyeran al demostrarles que ya no me importaba lo que dijeran, pero la verdad es que seguía sufriendo de forma privada.

En fin, esa fue mi etapa de víctima de bullying, pero aquí entra un punto clave del que me di cuenta hace poco en terapia. Al hacerme el fuerte y no demostrar lo que me producían las burlas, no me permití vivir procesos de introspección que son claves para el desarrollo, por lo mismo pasé por muchas depresiones, que jamás fueron tratadas, porque siempre oculté lo que sentía.

Mi vida estaba llena de miedo y vergüenza. No quería dar la razón a nadie. No quería herir a mis padres. No quería que por mi molestaran también a mi hermano. No quería que las personas a las que amo sufrieran por mi culpa.

Es por eso que me bloqueé y nunca acepté la realidad.

Pero hoy todo es diferente.

Hoy he aprendido a quererme y a aceptar que si a alguien no le gusta como soy, el problema no es mío. Hoy sé que no debo dejar que me afecte lo que piensen o no piensen los demás de mi, porque la vida se trata de eso, de que todos pensemos diferente y que cada uno crea en sus convicciones, pero sin hacer daño a los demás; y cuando nos hacen daño, seamos fuertes para superarlo y no dejar que esas malas intenciones nos dejen caer.
Hoy siento que mi vida brilla con chipas más intensas y eso me agrada.
Hoy siento que soy más auténtico.


Ese era el preámbulo para contarles esto que me ha cambiado, esto que gracias a una muy buena terapia descubrí… no, no descubrí, asumí y abrí los ojos a mi corazón que a golpes me torturaba y pedía que dejara ese estado de ceguera, para poder ser feliz.

Gracias a ese despertar hoy veo la vida llena de colores y soy feliz.

Aún siento vergüenza, y creo que es un poco normal, porque siempre me inculcaron que esto es incorrecto y MALO, pero la verdad es que no es así. No es bueno ni malo, solo es.

Me cuesta dar este paso, porque sé que causaré dolor a algunas personas, pero es a ellas que les pido, por favor, que piensen en todo lo oscuro que fue mi pasado por vivir en una mentira y en lo doloroso que sería mi futuro si no doy este paso.

Mi petición suena súper egoísta, porque solo pido que piensen en mi, pero siento que es necesario que se pongan en mis zapatos para que no sea un golpe tan duro y puedan llegar a aceptar esto, tal como yo lo estoy haciendo.

Supongo que ya se imaginan qué es lo que sigue, qué es lo que tengo que contar… Soy homosexual, y estoy orgulloso de serlo, porque estoy orgulloso de ser yo, así de simple.

Esto no es algo que escogí, la vida quiso que fuera así, y estoy feliz con ello.

No quería hacer esta confesión, porque creo que está demás, porque siento que las personas no andan confesando su heterosexualidad por la vida, pero los homosexuales tenemos que decirlo para que el resto lo sepa. Es injusto, pero nada que hacer. Me aconsejaron que lo hiciera, que me iba a ayudar y de verdad me siento más aliviado, lo que es una estupidez, porque no tengo por qué sentir un peso por ser yo, pero en fin, creo que es la base de todo lo que viene de antes, lo que carga la mochila, son esas burlas, esos reproches, las ofensas, la homofobia constante de la sociedad, las miradas despectivas y un montón de episodios que marcan la vida, pero con esta carta me desligo y no me haré cargo nunca más de esos comentarios maliciosos.


Hoy soy yo y punto.

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